miércoles, 8 de septiembre de 2010

Proyecto narrativo

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  1. Síntomas del estrés en la orofaringe de un niño de siete años

    La gentil presión de la mano de su madre sobre su brazo derecho causó la confusa transición entre un cuarto, cuyas paredes se alejaban cada vez que uno trataba de tocarlas, y la habitación oscura en la que Mati se había acostado la noche anterior como tantas otras noches. Comprendió de un instante a otro que debía levantarse, aunque tras la persiana que en esos momentos levantaba su mamá parecía seguir estando la penumbra. Sintió una inhabitual necesidad repentina de abrazarla, y aprovechó ese impulso para levantarse. Su mamá le señaló la ropa que había dejado apartada y agarró el bolso para llevarlo a la cocina, dejando solo a Mati para que se vistiera. Solo. Pero evitaba pensar, evitaba dudar, evitaba observar los muñecos que ya no estarían con él por la noche. Panza. Garganta. Medias. ¿Me atás, porfa?
    De repente estaban ahí. Mucho ruido y los chicos grandes gritando, mucha gente. El bolso nos dijo ese señor que lo dejemos en la entrada, que ellos subían todos, y ahí estaban los profes subiéndolos y ya habrán subido el mío. Yo vi que me vio y no me dieron ganas de saludarlo. Siempre es igual, se agachan y te hablan como si fuesen tus amigos o tus papás o qué sé yo, no me dan ganas. Todos se agachan y yo que soy bajito igual los veo para arriba, y te hablan cerca como si te quisieran comer y por qué me abraza. Intenta igual. Siempre intentan. Y mi mamá que me dice que lo salude pero no tengo ganas. No rompas, mamá. ¿Por qué no lo saluda? ¿Lo quiere? Me parece que se está arrepintiendo. Saludá, Mati, dale. Garganta. Dientes.
    En invierno y en verano se congregaban multitudes en ese salón de la sede del club para irse de campamento. El calor humano era insoportable. Las ganas, los nervios, los cánticos y las quejas de los padres tensaban el aire y a los niños más pequeños. Algunos ni se preocupaban, ya estaban acostumbrados o simplemente eran más independientes. Correteaban con sus amigos o charlaban con los profes, alegres, indiferentes.
    Mirá cómo charlan y corren los otros, tranquilos. ¿Qué le pasa a Mati? Estaba con tantas ganas. Yo que venía de chiquita y me encantaba. Y la va a pasar tan bien, me dijo convencido que venía y lo anotamos y pagamos y no se me va a arrepentir ahora. Va a ir y la va a pasar bomba. Me duele la garganta. Ahora le viene a doler la garganta. Y los dientes. No es nada, Mati. No es nada, Pao. ¿Está nervioso? La va a pasar bomba. ¿Adónde se fue el profe?
    Pero me duele en serio, ¿por qué no me presta atención? Piensa que estoy mintiendo pero no, me duele, me duele y no quiero ir, no sé, a los otros chicos no les pasa y me quiero ir, quiero volver a casa. Quiero ir con papá y que me acueste él y mi cuarto y mis juguetes y ahora que lloro me da bola. No quiero ir, no quiero, mamá, me quiero ir a casa que se vaya el profe qué hace acá con nosotros y qué me dice que va a estar todo bien qué me importa mamá no lo escuches mamá me quiero ir mamá me duele la garganta mamá que se vaya no se da cuenta de que no está ayudando y solo lo hace llorar más y ahora qué hago con Mati si la iba a pasar bomba.
    —Dejame, muchísimas gracias, yo le hablo. Gracias por todo, ahí venimos —le dijo Paola al profesor de su hijo mientras se corrían hacia un costado del salón—. ¿Qué pasa, Mati? Si tenías un montón de ganas de venir. ¿Te acordás de que te conté lo bien que la pasaba yo de chiquita? No llores, Mati, va a estar todo bien. Vas a ver que la vas a pasar genial, y encima el jueves a la noche ya estás en casa. Dale, Matu…
    —No, no quiero —insistía con la cara roja de llanto, su pelo rubio oscuro bien peinado y los dientes a plena reforma y contrarreforma entre los de leche y los definitivos—. Me duele la garganta, mamá —agregando un par de murmuraciones obstinadas ininteligibles entre el sollozo—.

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